lunes, 20 de octubre de 2008

Humanicidio

Hablar de cambio climático supone ser pragmático. Los ambientalistas rabiosos proponen soluciones idiotas. Seguramente bien intencionadas, pero idiotas. Ellos ofrecen retroceder mil años. Volver a una vida más simple. Olvidan no obstante que ya el hombre primitivo descubrió que incendiando bosques cazaba mejor. No se trata del daño que el ser humano es capaz de causar al planeta. Siempre lo ha hecho. Se trata tan sólo del número de seres humanos haciéndole daño al planeta. Hace 10 mil años éramos unos cuantos. Hoy, somos más de seis mil millones. Ésa es la diferencia.
Si retrocedemos mil años y regresamos a la edad media no sólo no habremos evitado el cambio climático, el cual parece proceder más de reacciones propias del planeta que de una intervención humana. Quizás sería interesante recordar el prólogo de la Guerra de los mundos y reconocer nuestra arrogancia. En fin… Si retrocedemos mil años apenas empeoraremos el problema porque éste es además de climático, político. La ciencia puede ayudarnos a paliar las consecuencias ambientales. Pero, ¿seremos capaces de abolir nuestra natural estupidez? Creo que no (perdón por mi pesimismo, pero los estudios históricos han sido dolorosamente demostrativos acerca de nuestra naturaleza).
Un cambio abrupto del clima ya ocurrió antes. Hace unos 13 mil años. Al parecer, va a ocurrir de nuevo. El deshiele mundial es grave y, si asumimos las palabras de Sergei Kirkpotin como ciertas, aparentemente irreversible. Así las cosas, más pronto que tarde la corriente del Golfo de México colapsará y entonces, no habrá más veranos en el norte europeo y en la costa este norteamericana.
No creamos que seremos beneficiados. Un caos semejante tendrá implicaciones globales. Sobre todo en el ambiente económico (y éste nos conduce invariablemente al tema político). Las sequías e inundaciones mermarán la producción de alimentos y las fuentes de agua potable. Además, el mal tiempo dominante interrumpirá el suministro energético. En el pasado ya hubo una edad de hielo (mucho menos importante que la esperada ahora) y las guerras estuvieron a la orden del día.
El ser humano es un animal territorialista. Urge de terrenos para cultivar lo que come y para edificar asentamientos humanos. No importa si son comunas primitivas, villas medievales o metrópolis contemporáneas. El hombre consume espacios ávidamente. La tierra necesita a su vez más o menos un tercio de la biósfera para equilibrar el clima (y sanarse de los daños causados, James Lovelock dixit). No creo que el ritmo de desarrollo mundial permita obtener esa meta.
La mayor parte de los territorios vírgenes del planeta se encuentran en naciones en vías de desarrollo. Entonces, ¿cómo restituirle un tercio del territorio y a la vez retroceder a una vida medieval sin castigar a las naciones más pobres? El sudeste asiático, África y América Latina estarían condenados a la miseria y al subdesarrollo. Pero no bastaría esto. Supongamos que el mundo desarrollado acepte una propuesta semejante, aun sacrificando a las regiones menos desarrolladas. ¿Qué harán con la inmigración indeseable, las pugnas entre Estados muy pobres y el hambre galopante en la mayor parte del mundo? Sobre todo si a estas naciones desventuradas se le suman otras más desarrolladas, cuyos climas se habrán tornado terriblemente hostiles. Gran Bretaña y la península escandinava estarían inmersas en un invierno siberiano, por ejemplo.
Usted se preguntará entonces, ¿qué hacemos? El mundo que se nos viene será radicalmente distinto de lo que conocemos. Por eso, en primer lugar, debemos usar las ciencias para estudiar a profundidad el cambio climático y las formas mejores para paliar sus efectos, si éste ocurre. En segundo lugar, empoderar a la ONU, con miras a la creación de un gobierno planetario. Esto no es nuevo, por cierto. Durante las conversaciones en Versalles, para crear la Sociedad de las Naciones, este tema se trajo a la mesa. El criterio del presidente Woodrow Wilson predominó sobre las posturas francesas, tendentes a crear mecanismos más eficientes que los llamamientos a la buena voluntad. Pero en fin… no merece mirar la leche derramada. Hay que actuar.
Puede haber guerras. Aun con armas no convencionales. Lamentablemente ése parece ser el porvenir más creíble. Al menos si consideramos las experiencias pasadas. Gracias a Dios, esto no tiene por qué ser determinante. Aún podemos usar la cabeza – y el libre albedrío – para impedir un humanicidio. Sólo se requiere voluntad.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281
Abogado

sábado, 20 de septiembre de 2008

El horizonte de eventos

Estoy perplejo. Torturándome, dado mi hábito de leer las notas de las agencias noticiosas, encontré hace un tiempo una noticia señalada como algo menor e incluso, jocoso: el hecho de que cadenas estadounidenses expendedoras de alimentos como Wal-Mart hayan limitado la compra de arroz a cuatro paquetes por cliente. No dudo que los venezolanos estemos desesperados por los desatinos de un hombre que cumplió nueve años desgobernando el país. Aun más, comprendo que nosotros veamos tal hecho como algo natural. Al fin de cuentas, los supermercados y abastos locales nos han habituado a una cartilla de racionamiento al estilo cubano. Pero, ¿los norteamericanos? El comisionado del arroz californiano, Tim Johnson, declaró a los medios que, aun después de desastres naturales, los estadounidenses no habían visto algo semejante.
Puede que hoy, algunas autoridades en Washington hayan advertido al fin que el calentamiento global es un problema serio que afecta la seguridad nacional y mundial. Aunque, posiblemente ya sea tarde, a pesar de que Peter Schwartz y Doug Randall se lo manifestaron al Pentágono en octubre del 2003 (An abrupt climate change scenario and its implications for the United States national security) y, al parecer, Bush y su equipo hicieron caso omiso. Nada raro, procediendo de uno de los hombres más torpes que hayan habitado el 1600 de Pensylvania Avenue. Sin embargo, no por ocultar la cabeza como los avestruces, los problemas desaparecen. De hecho, suelen empeorar. Y mucho.
Por esas mañas de leer noticias, descubrí en el mágico mundo del ciberespacio que Sergei Kirkpotin y Judith Marquand habían descubierto en 2005, que una extensión del permafrost siberiano del tamaño de Venezuela se estaba deshelando por primera vez desde su formación hace 11 mil años. Pero, a pesar de la gravedad del fenómeno en sí mismo, peor resultó el hecho de que bajo el hielo perenne de las estepas siberianas yacen represadas millones de de toneladas de metano, un gas invernadero 24 veces más potente que el dióxido de carbono. Y hay algo peor, su liberación a la atmósfera como una suerte de flato planetario, sin lugar dudas ha acelerado el calentamiento global. Pero ya sabemos, pocos prestaron atención a esa noticia porque seguramente algún jaleo en el Medio Oriente o África atrajo la atención morbosa de los periodistas y de quienes leemos noticias.
Por desgracia las desventuras más tristes ocurren sin grandes avisos, como tanto les gusta a los productores de películas mediocres en Hollywood. Al contrario, el deshiele siberiano pudo ser un horizonte de eventos. O, lo que eso significa: ese instante imperceptible en que un astronauta imaginario no podría escaparse de la voracidad de un hoyo negro. Nunca sabría cuando rebasó el límite, sólo que cruzado, no podría huir.
El ser humano, no obstante, se ufana demostrando su estupidez. Una y otra vez. La temporada de huracanes del Atlántico de ese año, 2005, fue particularmente activa. Hubo 28 tormentas, de las cuales, catorce alcanzaron la categoría de huracán y cuatro de ellos, la clasificación 5 en la escala Saffir-Simpson. O, lo que es lo mismo, la más destructiva. Y uno de éstos, Wilma, ha sido hasta ahora el huracán más poderoso del que se tenga registro. Como si el planeta hubiese mostrado su arrechera. Tanta que ese año, 2005, ha sido el más caluroso desde que inventaron registrar eso.
No podemos hacernos los pendejos. El problema no le es ajeno a nadie. La humanidad corre el riesgo de extinguirse si se empeña en comportarse como un virus. Debemos actuar y pronto. No podemos esperar a que nuestros líderes actúen. Al parecer, algunos no dan mayor importancia al asunto. Otros, por el contrario, se desgarran las vestiduras con medidas iatrogénicas. Y, por último, algunos como Chávez, prefieren usarlo como bandera política. Y son éstos los más nefastos.
Cada uno, dentro de lo que puede, debe hacer algo para cuidar al planeta. Quizás parezca poco, si lo vemos individualmente. Pero, si todos hacemos algo, el efecto multiplicador hará el resto. Claro, mientras los expertos y líderes mundiales - en especial los del primer mundo – encuentran soluciones a largo plazo. No olvidemos que el calentamiento global es además de ecológico, un problema político.

miércoles, 25 de junio de 2008

La desgracia por venir

África es un ejemplo vivo del mundo por venir. Territorios extensos devastados por sequías e inundaciones caprichosas, conflictos armados de toda índole y, como corolario de esto, pueblos envilecidos por hambrunas insistentes. Resulta paradójico que, a pesar del descollante desarrollo técnico y tecnológico alcanzado por el hombre, las próximas décadas se asemejen más a los años oscuros resultantes de la caída del Imperio Romano que a un futuro magnífico.
Aunque ignoramos que sucedió durante esos años, sabemos que la vida de la mayoría de la gente era miserable, al menos desde un punto de vista contemporáneo. Imaginemos al mundo entonces conocido por los occidentales carente de las instituciones fundadas por los romanos, inmerso en un estado anárquico, seguramente semejante a ése que Thomas Hobbes describiera como anterior a la creación de las leyes. El miedo al sufrimiento o a la muerte violenta arrebata la razón e invita al hombre a defenderse por cualquier medio posible. Al caer el Imperio Romano en occidente, la civilización existente se desplomó y condiciones similares a las de nuestros ancestros primitivos se impusieron de nuevo en Europa.
El cambio climático bien puede echar por tierra las instituciones sobre las que reposa la sociedad contemporánea con los mismos resultados tras la caída del Imperio Romano, si la humanidad no hace uso de su ingenio, tantas veces utilizado para causar dolor intenso y muerte, con el fin de contrarrestar las consecuencias medioambientales y políticas del descalabro de las condiciones climáticas.
Sin ánimos de menospreciar la seriedad y peligrosidad del terrorismo, el calentamiento global constituye la amenaza más trascendente que la humanidad enfrenta. Los líderes del mundo deben avocarse a la solución de este tema con seriedad e inteligencia porque apuestan la supervivencia de la raza humana. Sobre todo, porque el retorno las mismas condiciones precarias durante el oscurantismo con el arsenal termonuclear existente hoy puede patentizar ese argumento anárquico al que Thomas Hobbes refería como el estado natural del hombre.
Preocupa sobremanera el riesgo geopolítico subyacente, como se desprende del informe que Peter Schwartz y Doug Randall elaboraron para el Pentágono. La humanidad ya ha experimentado un desastre climático parecido, careciendo de la tecnología actual. Pero paradójicamente ésta – o la imposibilidad de acceder a ella – amenaza la estabilidad política y económica del planeta. Por eso, el verdadero riesgo del cambio climático no subyace en la venidera era glaciar, sino en ese miedo a morir violentamente.
El Pentágono advirtió esto, quizás tardíamente. Encargó a tal fin un reporte acerca de un cambio climático abrupto y su impacto en la seguridad nacional estadounidense. De éste se coligen diversas conclusiones, al parecer muy dramáticas pero que invocan la seria reflexión de quienes dirigen al mundo. El cambio climático afecta sin distingos a países industrializados y pobres, amenazando la seguridad nacional de aquéllos. Por eso, el cambio climático debe ser entendido también como un problema político.
El informe del Pentágono sugiere que la temperatura en América del Norte y Asia caerá cinco grados Fahrenheit y seis en el norte de Europa. Que, en cambio, ascenderá cuatro grados Fahrenheit en regiones claves de América del Sur, Australia y Sudáfrica. Insinúa también que persistirán las sequías en regiones agrícolas fundamentales y en las fuentes de agua dulce de los principales centros poblados de Europa y el este de norteamericano durante la próxima década. El documento señala además que las tormentas y vientos invernales se intensificarán aún más, amplificando la intensidad de los cambios.
La estabilidad geopolítica mundial estaría amenazada por la escasez de alimentos, agua dulce y energía. La alteración de los patrones de lluvias causará sequías e inundaciones más frecuentes, lo cual conlleva a la reducción de la producción agropecuaria neta mundial y a la merma de la disponibilidad y calidad del agua potable en áreas claves. La intensificación de las tormentas marinas y la extensión de los hielos interrumpirían el acceso a los suministros energéticos. Esto puede suceder en el transcurso de la próxima década. O, incluso, ya. ¿Acaso no vemos en las noticias como el tema de la carestía de alimentos afecta a las naciones industrializadas?
Si bien en un principio se pensaba que el calentamiento global sería gradual y que sus efectos también ocurrirían progresivamente, evidencias recientes enseñan que, rebasado un límite aún ignorado, el desastre climático sería por igual abrupto e inevitable. Existen razones para creer que ese umbral ya fue superado. Sergei Kirkpotin y Judith Marquand descubrieron a mediados del 2005 que un área de un millón de kilómetros cuadrados del permafrost siberiano había comenzado a deshelarse por primera vez desde su formación hace once mil años. Debajo del hielo permanecen represados millones de toneladas de metano, un gas invernadero veinte veces más potente que el dióxido de carbono. Por eso, el profesor Kirkpotin sugiere que el desastre climático ya es irreversible, porque una realidad plausible lo es y discutir lo contrario resulta una necedad.
Poco importa ya si el fenómeno climático se deba a la actividad humana o a fuerzas de la naturaleza o, como creen los expertos, a la acción combinada de ambos. Al parecer, y esto es lo que importa realmente, el cambio abrupto del clima es irreversible. El informe del Pentágono asegura que, en el curso de la década por venir, tendrán lugar eventos harto peligrosos para la estabilidad política y económica del planeta. Detesto ser quien augure malos presagios pero se siente el hedor de la guerra por estallar.
Creo por ello que los ambientalistas fanáticos hacen un desventurado favor a su propia causa. La sustitución de los combustibles fósiles, al parecer causantes del calentamiento planetario, por otros menos contaminantes, como los reactores nucleares o los parques eólicos, degenerará irremediablemente en un abultamiento de la brecha entre los países industrializados y tanto aquéllos en vías de desarrollo como los subdesarrollados. La pobreza mundial constituye un peligro real e inminente para la seguridad nacional de los países industrializados y las restricciones al uso de combustibles baratos sólo agrandan el problema.
Infinidad de refugiados ya huyen de la miseria reinante en sus países de origen. Leyes de inmigración rígidas o un muro grotesco a lo largo de la frontera mexicana no van a impedir que miles personas ingresen ilegalmente a las potencias industrializadas. Miles de africanos se refugian de tragedias inimaginables que sufren en sus países, huyendo hacia esas potencias que hasta recién los colonizaban. Miles de centroamericanos cruzan a pie la frontera de los Estados Unidos para acceder a una vida mejor, haciendo lo que los estadounidenses ni siquiera desean hacer.
El tiempo apremia. Schwartz y Randall presagian eventos que si bien en un principio no lucen tan terribles, pueden derivar en situaciones harto complejas e incluso, en el uso de las armas de destrucción masiva. Éstos pueden comenzar tan pronto como en el curso de la próxima década.
Imaginemos a miles de escandinavos sumándose a las oleadas migratorias de africanos hacia los países del sur europeo, huyendo de un medio ambiente hostilizado, primero por el frío extremo y luego, por la merma en la calidad de sus vidas. Al principio, Italia y España no actuarán con desmedido rigor, pero a medida que las migraciones crezcan en número, los gobiernos de Roma y Madrid se verán forzados a limitar su ingreso. Esto sería sólo el comienzo…

miércoles, 28 de mayo de 2008

Bienvenidos a Hablemos Gaia

Recuerda siempre que si todos lo hacemos algo, por pequeño que parezca, el efecto multiplicador hará resto.